jueves, 2 de diciembre de 2010

Escribir o morir...


Mi tiempo de escritura se ha visto considerablemente mermado, pues intento lograr descifrar esta modernidad tecnológica y salir airoso del problema de generar una página web sólo a base de tutoriales, sin ayuda externa. El asunto no ha ido de las mil maravillas, el diseño ha dejado un poco que desear y si uno piensa que TCP es una abreviatura de Tracy Chapman (y luego FTP qué????? Freddy Chapman????), se podrán imaginar qué tan complicado ha resultado subir la plataforma. Máxime si tomamos en cuenta que me ubico dentro del grupo de los que conocimos todavía las máquinas de escribir Remington, obviando el hecho de que obtuvimos el primer acercamiento con las computadoras, a través de una tortuga en pantalla verde fosforescente.
En fin el caso es que los lapsos dedicados al crecimiento personal, los he sacrificado para regalárselos a la web, pero en el proceso van surgiendo ideas, cotidianos diarios generadores de impulsos mecánicos que se transforman en códigos descifrables para los que es asequible el lenguaje castellano. Más la falta de inmediatez ha sido el enemigo acérrimo de que estos impulsos mentales se logren plasmar en este espacio. El cerebro despierta y siente la necesidad de hilar ideas para seguirse entre ellas a formar un escrito, pero si no obtiene respuesta inmediata, por más que reviente los pulmones gritando “espera un poco, un poquiiiiiiito más”, se marchará cual pareja despechada por la ignominia.


Aún no he querido utilizar todos los gadgets tecnológicos que podrían suplir el efecto Dori (pérdida de memoria a corto plazo), sé que bastaría con aplicar la grabación de mensaje de voz en el celular o escribirlo directamente en alguna de estas maravillas modernas (de hecho hace tiempo escuché que en oriente existían ya premios para novelas escritas en celular!!!!), pero insisto en mi neandertalismo tecnológico y llevar a cabo estos sistemas, aún mantienen un dejo de estafa en mi autoevaluación. Necesito sentarme enfrente de la computadora en cuestión (máquinas de escribir eléctricas y tremendamente efectivas con radio incluido en mi concepto) y regalarle tiempo. Es hasta cierto punto un hábito que no puedo dejar atrás y admito que me sucede lo mismo para gestar un aprendizaje significativo.
Libros a un lado, internet de por medio, revistas o algún material de apoyo; son compañeros inseparables del ritual. Una vez superada la primera impresión y angustia de la página en blanco, comienza el golpetear insensible de teclas y trato de que no cese (en la medida de lo posible) hasta que mi estándar se ha visto satisfecho por el elemento visual. Desafortunadamente este método es extremadamente elitista y sólo permite que los elementos fijados de manera más férrea logran conseguir el objetivo deseado (mmm me suena como a teoría de la concepción de vida humana). Por eso a veces los espacios entre escritos son mucho mayores a los que desearía…
La invitación es a que cada quien logre generar su pequeño espacio sea por celulares, smartphones, laptops, cuadernos, post its, hojas sueltas, lo que sea que se tenga a la mano; para no dejar pasar estas oportunidades. Normalmente cuando se piensa en escribir el tedio invade todos los aspectos de la persona y termina por desistir del asunto, sin embargo hay estadísticas de que la gente escribe ahora más que nunca (baste con darle un vistazo a facebook para encontrar miles de escritos cotidianos). Escribamos pues, congregando todas estas ideas cotidianas, espasmos mentales y extrapolaciones de estados de humor; para crear una fuente permanente de conocimiento y ejercitar la, extremadamente vapuleada, redacción. Escribir para superar la temporalidad y posterior deceso de las ideas. En algún momento debemos cambiar o morir, yo digo escribir o morir…

domingo, 21 de noviembre de 2010

¿ES IMPORTANTE LA CAPACITACIÓN?

Recientemente salí a comer con la familia y nos encontramos en la encrucijada común de elección al azar cuando existe una oferta de lugares desconocidos. La gama no era muy amplia así que optamos por la seguridad y nos encontramos sentados nuevamente frente a una plancha (teppan) ordenando comida oriental.
En un par de ocasiones previas, la atención del lugar, el sabor y sobretodo la pericia del cocinero formaron parte imprescindible del buen sabor de boca con que habíamos abandonado el recinto. Creo sobretodo que esta última formaba la esencia del lugar, puesto que si tienes una persona encargada de tu alimentación, que debe desarrollar bajo la calidad e higiene más estricta todo su servicio, el grado de preparación de dicho elemento requiere más tiempo que otros. El servicio en los restaurantes que ofrecen Teppanyaki, es un tipo de cocina japonesa en la que se utiliza una plancha para cocinar los alimentos sin apenas adición de grasas. En Japón se denominan Teppanyaki incluso a los platos que se elaboran utilizando un Teppan, ya que Teppan significa “placa de hierro” y yaki significa “a la parrilla”. Lo interesante del asunto es que la plancha o placa de hierro forma parte de la mesa de los clientes. Sólo imaginen que además de tener la vocación de servicio para poder entablar una relación efectiva con el cliente, cada ápice de su pericia estará bajo el escrutinio no sólo de sus comensales inmediatos, sino de los transeúntes que divisen a través del cristal el desarrollo de la preparación.

El servicio del mesero continuó el alto estándar establecido con las visitas previas y la higiene del lugar prometía lo mismo. Así que, ansiosos por que nuestra pequeña hija disfrutara de los movimientos intachables y del sabor que produce este tipo de cocción, ordenamos. En cuestión de minutos llegó el cocinero y se presentó amablemente (me llamó la atención no ver al cocinero de las veces pasadas a pesar que estaba lleno el lugar, además que el que llegó no parecía tener el semblante de confianza ideal, pero decidí no hacer prejuicios), rectificando la orden antes de comenzar la gala de sus habilidades. Superados los formalismos, comenzaron a volar los ingredientes hacia la plancha, más cuando quería comenzar a explicarle a su comensal más pequeño lo que sucedía, la inexperiencia de nuestro cocinero lo traicionó. Desde verduras que escapaban hábilmente a los cortes hasta toneladas de pimienta depositadas dentro de los alimentos confirmaban el desconocimiento. El punto álgido llegó cuando el callo de hacha fue dilapidado sobre el acero. Cual tortilla en comal, el bivalvo fue sometido a más vueltas que niño en carrusel y abandonado a una extrema cocción que acabó por dejarle una textura similar a la de un buen paquete de “motita”.
Ante la decepción, más allá de culpar indiscriminadamente al actor de tal novela de terror, comencé a analizar la importancia o mejor dicho la falta de importancia a que han relegado las empresas a dos eventos fundamentales, que en muchos casos van de la mano, la inducción y la capacitación. ¿Por qué la administración del restaurante decidió poner en una situación adversa a su empleado?, ¿Cuántas veces habrá podido practicar los platillos antes de enfrentarse a los clientes? Y más allá ¿quién supervisó que ya era capaz de realizar el trabajo de manera eficiente?
Desafortunadamente la cultura empresarial, especialmente en el ramo restaurantero, y de comida en general, en esta ciudad poco se ha interesado por crear cursos de inducción con tiempos determinados que permitan a los aprendices desarrollar sus capacidades por completo antes de arrojarlos “a la guerra sin fusil”. La falta de personal es una de las principales razones por las que los tiempos de aprendizaje son brutalmente reducidos y el hecho de que generalmente no existe un puesto de alguien considerado como entrenador.
Normalmente el responsable de cada área o la persona que lleva años haciendo el trabajo son los encargados de enseñar a los nuevos miembros, pero a la par del trabajo, lo que culmina en que no sólo tiene que hacer el trabajo para el que fue contratado, sino además llevar la carga de la enseñanza a los nóveles, por supuesto sin paga extra (ni hablar de los salarios cotidianos). El resultado normalmente es la apatía del designado “tutor” y el aprendizaje en muchos de los casos dista de ser el necesitado por la empresa.
El problema real es que todas las fallas que se lleguen a tener en esta etapa tan importante que es la incursión de nuevos elementos, se reflejarán, cual ley del Karma, en el trabajo con la parte vital de negocio de servicios, los clientes. Cada vez que un producto salga mal, cada vez que la orden no llegue como debe, cada vez que se desatiendan necesidades primarias o cada vez que se vea la ineficacia en el manejo del área, la decepción del cliente crecerá hasta el punto de la deserción.
En mi caso queda claro que me tomará un poco reponerme antes de invertir nuevamente en un servicio dudoso, pues mientras mascaba la goma que debía ser un callo de hacha recordé que la primera vez que estuve en el lugar pregunté al cocinero por el tiempo de práctica antes de salir con el cliente, a lo que respondió sin chistar “a los nuevos sólo les dan dos semanas para que aprendan todo”, al parangonar estas palabras con las de la gerente de alimentos y bebidas de uno de los más prestigiosos restaurantes de este servicio en el Distrito Federal quedará clara la apología. La contestación ante el mismo cuestionamiento fue “depende 100% de habilidad y actitud del cocinero, pero en promedio dos años”. No es raro entonces que en el lugar donde se invierte en capacitación y se preocupan por revisar que todo sea perfecto antes de sacar al ejecutante con los comensales, se atienda a altos ejecutivos japoneses y expertos en el ramo.
Mientras los consumidores no exijamos perfección, o lo más cercano a ella, dentro de los productos y servicios que contratamos, las empresas podrán seguir subsistiendo sin necesidad de reformar sus métodos. Así que como comensales nos corresponde el levantar la voz hasta el punto en que podamos convencer a los dueños o a los encargados de la operación, que la calidad es algo que se consigue sólo con la práctica a partir de la enseñanza efectiva. Claro que con cada exigencia viene una responsabilidad, en este caso queda claro que para pedir calidad, debemos conocer los productos, las técnicas y lo más importante, estar muy conscientes de que la calidad ¡cuesta!

viernes, 18 de junio de 2010

grados de cocción de la carne

The Finger Test to Check the Doneness of Meat

Posted by Elise on Jun 7, 2008

Filed under How To


http://simplyrecipes.com/recipes/the_finger_test_to_check_the_doneness_of_meat-print-photo/

The Finger Test to Check the Doneness of Meat

There are two basic methods to test for how done your meat is while you are cooking it - use a meat thermometer, or press on the meat with your finger tips. The problem with the meat thermometer approach is that when you poke a hole into the meat with a thermometer, it can let juices escape, juices that you would rather have stay in the meat. For this reason, most experienced cooks rely on a "finger test" method, especially on steaks (whole roasts are better tested with a thermometer). My mother has been trying to get me to test meat with my finger tips for years, and for years, being somewhat of a scaredy cat (won't it burn my fingers?) I ignored, avoided, ran away from the idea. Then my friend David showed me up. Here's a guy who loves to grill but doesn't know how to boil water. (Really. Cannot boil water. Just ask him, he's proud of the fact.) David taught me how to test for the doneness of meat using this method and these days half the time I don't even bother with a thermometer. Now the point of this story is not to embarrass David (though that would be fun, if it were even possible) but to encourage you, if like me, you've been shying away from trying this approach. This really isn't rocket science.

This is one of those things that gets easier with practice. The next time you cook a steak, even if you are still planning to rely on a meat thermometer, press on the meat here and there while it cooks, and compare the feeling of the meat with the following finger test. With practice, you will become more confident.

Method




Open the palm of your hand. Relax the hand. Take the index finger of your other hand and push on the fleshy area between the thumb and the base of the palm. Make sure your hand is relaxed. This is what raw meat feels like. (Check this out the next time you have a raw steak to cook.)




Now gently press the tip of your pinky and your thumb together. Again feel the fleshy area below the thumb. It should feel quite firm. This is what well done meat feels like when you press on it. (Check this out the next time you overcook a piece of meat.)




Press the tip of your ring finger and your thumb together. The flesh beneath the thumb should give a little more. This is what meat cooked to a medium doneness feels like.




Gently press the tip of your middle finger to the tip of your thumb. This is medium rare.




Press the tip of your index finger to the tip of your thumb. The fleshy area below the thumb should give quite a bit. This is what meat cooked to rare feels like. Open up your palm again and compare raw to rare.